Por la emergencia sanitaria, las universidades han debido iniciar este semestre las clases bajo la modalidad de educación a distancia. Es un cambio cultural cuyos alcances van más allá de la coyuntura y que ofrece la oportunidad de una revisión profunda en las metodologías de enseñanza, que puede ser muy auspicioso, ya que la evidencia comparada revela que la educación a distancia es un complemento virtuoso a lo presencial y puede impactar positivamente en los aprendizajes.
La evolución de la tecnología ha permitido clases no presenciales mediante el uso de videoconferencias con una adecuada interacción profesor-alumno y, facilitando el que los estudiantes revisen la grabación tantas veces requieran, lo que no es posible en la modalidad tradicional.
Pero este cambio de paradigma obliga a un importante esfuerzo económico. No solo porque la universidad sigue funcionando; se deben financiar costos de operación, inversiones de capital y gastos fijos en remuneraciones. Además, los avances en la era digital exigen inversiones en hardware, contratos de licenciamiento, y, lo más significativo, capacitar a profesores y estudiantes.